Esta mañana temprano, mientras buscaba unas monedas sueltas en el bolso para dar a mi hija mayor, encontré algo que la semana pasada había comprado para ella y que por mi natural despiste olvidé allí. Eran unos sencillos pendientes, guardados en un más sencillo estuche, hecho con papel de regalo y que como cierre tenía un doblez. Los saqué y se los regalé. Como todo regalo siempre alegra recibirlo, pero mientras ella los miraba y se los ponía yo le conté la pequeña historia de aquellos pendientes.
La semana pasada haciendo trámites burocráticos en La Laguna, mientras hacía tiempo hasta la hora de la cita recordé que necesitaba comprar unos yogures y me acerqué a un supermercado en la avenida Trinidad, en una de las esquinas había un vendedor ambulante con su puesto de bisutería artesanal, así a primera vista no reconocí su nacionalidad, pero luego supe que era chileno. Como tenía tiempo me paré delante del puesto, él se acercó y empezó a mostrarme su trabajo, la mayoría de sus piezas estaban hechas con semillas procedentes de plantas propias de su país. Y otras en cobre natural y tratado. Fue una de estas de cobre tratado la que llamó mi atención, eran unos pendientes sencillos, largos y en el triángulo inferior llevaban un grabado. Le pedí que me los mostrara y él hizo más que eso, con muchísima educación y respeto me contó el tratamiento del cobre ( incluso enseñándome otros de cobre no tratado) y lo que significaba su grabado, hasta me ofreció probármelos, a lo que yo contesté que serían para mi hija. Las figuras del grabado eran los moáis, las famosas esculturas de La Isla de Pascua, a las que los nativos ( yo desconocía su historia ) les habían dado el significado de ser una representación de antepasados difuntos que se colocaban allí para servir de guías y dar ayuda a sus descendientes, incluso hubo un momento de sonrisas en las que él me explicó la procedencia con un gesto de mirar hacia lo alto, como queriendo decir que venían del más allá. Así estuvimos un buen rato comentando sobre su artesanía. Yo, ya había decidido llevármelos, pero si algo me impulsó a hacerlo fueron sus palabras : " Llévelos la harán muy feliz "
Le pagué tres euros por ellos y los guardé en el bolso. Y vaya que mientras me alejaba, aquellas palabras dichas por él me hicieron pensar si las habría dicho con el significado de que a mi hija le gustarían o con la connotación referida al más allá, en base a sus creencias.
Pero esta mañana después de haber contado esta historia a mi hija y verla salir tan feliz, camino a su escuela de arte, con sus sencillos pendientes, como la que llevaba la joya más valiosa del mundo, yo también me sentí feliz de disfrutar esa expresión de alegría que ella llevaba en la cara y en el ánimo, que ya se dice, que la cara es el reflejo del alma. Porque no fue una simple compra ambulante, fue un momento de encuentro, de compartir, conocer y aprender. Y es que llegué a la conclusión, de que sin contar los pendientes, su material y trabajo, aquella atención que me prestó el vendedor y el resultado de después valían una fortuna.
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