Para siempre quedaron unidos en el recuerdo, ese día que comíamos arvejas compuestas, un hombre recuperaba su libertad.
Mi abuela materna era un gran cocinera y el sabor de sus arvejas se me quedó grabado en el paladar, aquella salsa que ella espesaba con pan frito ( su pan frito que tanto nos gustaba a todos ) y a las que luego añadía papas fritas en dados y huevo duro picado.
Luego al atardecer, nos vestíamos y caminábamos hasta la avda de la cárcel - como llamábamos por aquel entonces a la avda Benito Pérez Armas - y allí mi abuela buscaba un buen sitio para ver pasar al preso. Los tambores marcaban el paso y los cuchicheos ponían la tensión, yo era muy pequeña, demasiado tal vez. No recuerdo la primera vez que fui, pero si, la primera vez que miré a los ojos del preso, aquellos ojos que asomaban, y a los que yo imaginé una sonrisa diabólica debajo del capirote. Unos ojos que siendo niña me robaron muchas noches de sueño. Algunas veces las cosas pasaban y nadie te explicaba nada, así que tuvieron que pasar muchos años para conocer la historia de aquel indulto que en su día promulgara Carlos III.
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