Le había extrañado que aquella mañana él no la llamara para desayunar, no había dejado de hacerlo ni un sólo día desde hacía 20 años, excepto los domingos que desayunaba con sus hijos.
Se conocieron después de que su marido la abandonara por otra mujer, había aparecido en su vida para darle protección, alegría, seguridad y afecto, pero él no era libre, desde el primer momento nunca le ocultó que estaba casado aunque la vida con su mujer era simplemente compañía mutua. Aun así no le pediría el divorcio.
Ella siempre confió en que conseguiría tenerle para siempre a su lado, pero los años pasaban y pasaban y seguía conformándose con los ratos que él le brindaba, unas veces olvidando su otra vida para disfrutar del momento y otras reclamándole el tiempo que él no le daba.
Llegaron a conocerse y amarse de aquella manera tan extraña, hecha de momentos robados, de prisas para verse unos minutos.
A media mañana, ella ya presentía que le habría ocurrido algo, se trasladó hasta su lugar de trabajo y le informaron que había sufrido un infarto y que se encontraba hospitalizado. ¿ Pero dónde ? ¿ Quién le informaría ?
Sin pensarlo buscó por los hospitales hasta que consiguió localizarlo. Esperó a la hora de la visita y entró en la habitación 514. Allí estaba su amor, con quién había pasado a ratos los últimos 20 años de su vida, a su lado otra mujer, su esposa.
Sin mirar a la esposa se acercó a él y le abrazó llorando, entre sollozos y de manera apresurada intentó contarle que sola se había sentido y cuanto miedo le supuso comprobar que si le pasaba algo nadie la avisaría. Él permaneció en silencio, mirándola.
La esposa se puso en pie y dirigiéndose al marido le pidió que aquella mujer abandonara la habitación, que ella tenía su sitio. Ve, ya te llamaré , fueron las últimas palabras que ella le oyó decir.
Dos días después su propia hija le enseñó una esquela en un periódico, había muerto.
Ella se quedó tan sola como había estado siempre, ahora lo supo.
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