miércoles, 11 de febrero de 2009

Anónimos con nombre propio

Dicen que cada ciudad tiene el suyo; ese personaje que pasea por sus calles y que con su extravagancia y su oculto pasado va formando parte de la historia de la misma.
No recuerdo la primera vez que la vi, pero sí que un día al verla la reconocí y a quien iba a mi lado le dije: Es Heidi.
Nunca supe su verdadero nombre y lo que conocí de ella me llegó como una historia de juglares, contada aquí y allá. Pobre infeliz decían, se volvió loca y su familia que es pudiente no quiere encerrarla. Alguien comentó una vez que al caer la tarde venía su madre a buscarla.
Heidi era de esas personas a las que no puedes situar en una edad, sería mayor de...o menor de...creo que no tenía edad.
Era una mujer alta, - está entradita en carnes decían algunos- de complexión fuerte y andaba casi siempre con prisa intentando abordar a alguien. Su manera de vestir, falda excesivamente corta, jersey ajustado, medias, tacones anchos, pulseras y un bolso en su mano, así como su maquillaje, le daban el aspecto de una mujer anclada en su pasado, probablemente en el mismo momento en el que se oscureció su mente.
Una base de maquillaje puesto sin saber, una sombra de ojos azul, y dos mejillas pintadas en exceso le habían costado su apodo: Heidi.
Le gustaba pasear entre la Plaza Weyler y la céntrica calle Del Castillo, caminando arriba y abajo, insinuándose a los hombres y pidiendo unas monedas a las mujeres. ¡Niña ! Déjeme unas monedas!. Y cuando no las conseguía se alejaba murmurando.
Hace tiempo que dejé de verla y a veces me pregunto, ¿ qué habrá sido de Heidi ?

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