Publicado por Clara en Tiscalianos.
Hablaba y hablaba... Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.
Max Aub
Cuando lo leí, pensé en Teresa.
Teresa lleva años manteniendo la limpieza de la familia, a su manera, que no es una manera cualquiera, es la suya propia.
Teresa habla de todo, sin ridiculizar nada.
En los últimos días de su madre en casa, trabajaron las dos mano a mano, como en un simbólico pase de testigo. Mantenían intensas conversaciones, Teresa exponía y sentenciaba y su madre asentía.
De la casa del abogado, Teresa se traía las leyes. De la de la maestra, los problemas de la educación y la infancia. Y de su ir y devenir por la vida, cuantas cosas oyera.
No necesita Teresa que la mires para hablarte, ella sabe que las palabras llegan en la distancia.
Habla y hace silencios. Y sin que te des cuenta, te hace pensar.
Teresa en su parsimonia es un torbellino. Lentamente te hace huir de una habitación a otra, levantando los pies, atrapándote en un rincón sin que te des cuenta. Y nunca falta a su cita.
Incluso la he visto llegar antes que Los Reyes Magos cuando este día cae martes.
Teresa tiene su sitio. Y lo sabes, cuando queriendo disponer de la casa, alguien dice;
Hoy viene Teresa.
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